En la actualidad, la violencia se aborda a menudo desde una perspectiva dividida por género. Si bien es innegable que las mujeres han sido víctimas históricas de múltiples formas de violencia, es igualmente imperativo reconocer que los hombres, en términos de cantidad, también enfrentan altos niveles de violencia, sobre todo en contextos sociales específicos. Este enfoque sesgado no solo perpetúa estereotipos dañinos, sino que también dificulta la construcción de una sociedad más justa y pacífica.
Según el Global Peace Index, los hombres representan la mayoría de las víctimas de asesinatos y enfrentan una tasa considerablemente mayor de violencia en espacios públicos y conflictos armados. En contraste, las mujeres son más propensas a sufrir violencia doméstica y sexual. Este panorama subraya que la violencia no tiene género e ignorar las experiencias masculinas en estos contextos no solo es un error analítico, sino también ético.
La satanización de los hombres como “únicos perpetradores” de violencia no aborda las causas estructurales del problema, como la pobreza, la desigualdad y la educación insuficiente. Como lo indica Bauman (2000), “la violencia es un subproducto de una modernidad líquida que margina a individuos y comunidades”. En otras palabras, el fenómeno violento responde a dinámicas sociales, no a características inherentes a un género.
Es importante comprender las distinciones conceptuales entre asesinato, homicidio y feminicidio para abordar adecuadamente el problema de la violencia. El asesinato es la privación intencionada de la vida de una persona con premeditación y agravantes, mientras que el homicidio implica el acto de quitar la vida sin estas agravantes, como en casos de imprudencia. Por otro lado, el feminicidio, según la ONU, se define como el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer, generalmente vinculado a contextos de misoginia o discriminación de género. Sin embargo, esta definición resulta conceptualmente problemática, ya que asume que todas las mujeres víctimas de violencia letal lo son exclusivamente por su género, sin considerar las complejas dinámicas sociales subyacentes.
Los feminicidios, al igual que los homicidios, son productos de una estructura social marcada por la desigualdad, la violencia normalizada y la falta de oportunidades. Encapsular los asesinatos de mujeres en un marco exclusivamente de género puede invisibilizar factores como la pobreza, la desintegración familiar, o las redes criminales que también afectan a hombres y mujeres por igual. De acuerdo con Bauman (2000), la violencia es un fenómeno estructural que afecta a quienes están en situaciones de vulnerabilidad, más allá del género. Por ello, abordar la violencia debe partir de un entendimiento integral de sus causas, y no desde un enfoque simplista que fragmenta el problema.
Cuando se define la violencia exclusivamente en términos de género, se alimenta una narrativa polarizadora que dificulta las soluciones integrales. Este discurso puede, incluso, exacerbar conflictos al convertir a los hombres en chivos expiatorios sociales, relegando al olvido su papel también como víctimas. Por ejemplo, en México, los hombres son víctimas del 90% de los homicidios el no considerar esto en el análisis público invisibiliza un problema que afecta directamente a la cohesión social.
Además, la exclusión de los hombres de las iniciativas contra la violencia puede deslegitimar dichas acciones, debido a que no se perciben como representativas de la totalidad del problema. Esto es contrario al principio de igualdad que debe guiar las políticas públicas. Como apunta Fraser (2009), “la justicia social solo puede lograrse cuando todos los actores afectados tienen voz y representación equitativa”.
Erradicar la violencia requiere un cambio cultural que abarque a toda la sociedad, desde políticas públicas hasta narrativas sociales incluyentes. Programas educativos que fomenten la resolución pacífica de conflictos y la empatía, junto con políticas sociales que combatan la desigualdad, son pasos fundamentales hacia una sociedad menos violenta.
Además, es crucial que tanto hombres como mujeres sean integrados en soluciones contra la violencia, no como enemigos, sino como aliados. La construcción de la paz no puede ser selectiva; debe procurar el bienestar de toda la sociedad. De esta manera superaremos la división y avanzaremos hacia el mismo objetivo: una sociedad donde el respeto y la seguridad sean derechos universales.
La violencia es una sola. Es un reflejo de un sistema social que no protege ni educa a sus miembros. Denigrar la masculinidad y al mismo tiempo enfatizar ciertos tipos de violencia sobre otros no solo limita nuestra capacidad de respuesta, sino que perpetúa la desigualdad. En lugar de dividir a las personas por género, deberíamos unirnos para construir una sociedad justa y pacífica. El camino hacia la paz requiere justicia para todos, sin discriminación ni prejuicios.
Referencias
Bauman, Z. (2000). Liquid Modernity. Polity Press.
Fraser, N. (2009). Scales of Justice: Reimagining Political Space in a Globalizing World. Columbia University Press.
Global Peace Index. (2023). Measuring Peace in a Complex World. Institute for Economics and Peace.
OpenAI. (2024). ChatGPT (noviembre de 2024) [modelo GPT]. OpenAI. https://chat.openai.com
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