Día 2 como docente: Cuando se aprende enseñando
- Josué Sánchez Marín, MEdMR

- Oct 4
- 3 min read
En el día 2 como docente, la verdad es que no siempre se comienza una carrera por estar plenamente preparado. A veces uno llega al lugar correcto por las razones equivocadas… o más bien, por las circunstancias equivocadas. Mi historia en la docencia no empezó con un título bajo el brazo ni con una vocación clara, sino con una vacante urgente en una escuela que no tenía a quién recurrir. En medio de la escasez de personal calificado, me ofrecieron un espacio. Y yo, ingenuo pero dispuesto, dije que sí.
No tenía la más mínima idea de pedagogía. Jamás había escuchado sobre teorías de aprendizaje, ni sabía cómo planear una clase, mucho menos evaluar. Recuerdo que me daban un libro y una lista de temas, y yo improvisaba. Con más buena voluntad que conocimiento, intentaba sostenerme frente al grupo. Uno podría pensar que bastan las ganas para ser maestro, pero la realidad es más cruda: sin formación, sin guía, sin herramientas, es como tratar de volar con alas de papel.
Intenté hacer lo mejor que pude, eso lo tengo claro. No fue por desidia ni irresponsabilidad, sino por pura ignorancia. Pero también sé, con dolor, que esos primeros años mis estudiantes no aprendieron lo que merecían aprender. Lo digo sin rodeos: no aprendieron nada gracias a mí. No supe enseñar, no supe conectar, no supe acompañar. Y eso, aunque no me hace menos humano, sí me obliga a ser honesto. No se le pueden pedir mangos a un olivo. Y en ese momento, yo era solo eso: un olivo plantado en un terreno que exigía frutos que no podía dar.
Esto no debió haber pasado. No se trata solo de una culpa personal, sino de una falla sistémica. En vez de esperar a tener un profesional capacitado, se priorizó llenar el campo. Y eso tiene consecuencias. Porque cada estudiante que no recibió lo que necesitaba es un reflejo de una decisión institucional que prefirió tapar un hueco que formar con calidad. Y aunque yo fui parte de esa ecuación, no fui el único responsable.
Sin embargo, y aquí viene la paradoja más grande de todas, agradezco esa oportunidad. Porque fue justamente ahí, en medio de mis errores, donde descubrí lo que quería hacer con mi vida. En esa confusión, en esos silencios incómodos del aula, en esa frustración por no lograr que los ojos brillaran… fue ahí donde me enamoré de la educación. No fue un flechazo, fue una relación construida desde el fracaso, desde el querer hacerlo mejor, desde el sentir que se podía cambiar.
Hoy miro hacia atrás y no me juzgo con dureza, pero sí con verdad. Ser docente no es improvisar, es prepararse. No es llenar espacios, es transformar vidas. Lo que viví me enseñó que la vocación sin formación es un riesgo para los demás. Pero también me enseñó que todo error puede ser una semilla, si se cultiva con humildad, autocrítica y aprendizaje continuo.
A quienes estén comenzando sin sentirse listos, les digo: no se trata de fingir que se sabe, sino de comprometerse a aprender. Y a quienes tienen el poder de decidir quién entra a un aula, les suplico: no olviden que cada puesto mal asignado es una oportunidad perdida para cientos de estudiantes. Porque enseñar, aunque se aprende enseñando, no debería comenzar así.






Comments