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La sociedad necesita docentes dignificados


Hubo un tiempo —no tan lejano— donde ser docente significaba ser respetado en una comunidad y en la sociedad. El educador era un ser cuasi sagrado dentro de la comuna, el que portaba el conocimiento y la moral, el que formaba ciudadanos. Las escuelas campesinas, los barrios de las ciudades, los maestros eran saludados, sus palabras no eran cuestionadas. A todos ellos se les daba autoridad, no solo la legal, sino la moral.


Sin embargo, este papel se desdibujó. Son múltiples y complejas las razones. Las nuevas normativas educativas, las constantes modificaciones legales que, frecuentemente, no se consultan con los profesores, los profundos cambios sociales que están transformando la manera de entender la autoridad y el saber, han configurado la imagen de los maestros y maestras. En muchas aulas, la autoridad ha sido reemplazada por la necesidad de justificar constantemente la acción del docente. Se ha cambiado el respeto por el cuestionamiento continuo y abusivo.


En este sentido, se hace necesaria una dignificación de la función docente. No se trata de una exigencia ególatra, sino de una necesidad estructural por mejorar el tejido social. Un país que respeta a los docentes, a sus profesores, es un país que mejora la calidad del discurso social; un país que confía en la educación crítica de las nuevas generaciones, es un país que arma el cimiento de su democracia. Como afirmaba Paulo Freire cuando decía que "la educación no es capaz de cambiar el mundo. La educación cambia a las personas que van a cambiar el mundo".


¿Por qué es importante esta dignificación? Porque cuando un docente es dignificado, trabaja de forma más motivada, se entrega y se muestra creativo. Porque la estabilidad emocional y profesional del docente afecta directamente el aprendizaje del alumnado. Porque cuando un docente se siente parte activa de la construcción social, enseña con esperanza, no con rutina.


Pero también, porque no hay ninguna otra profesión que no haya pasado por las manos de un docente. Médicos, ingenieros, artistas, magistrados, científicos, políticos: todos ellos fueron una vez estudiantes. La docencia es la profesión que genera todas las otras. Y aún así es una de las profesiones menos reconocidas y peores pagadas. Un contrasentido doloroso.


La sociedad debe aceptar que dignificar el trabajo docente no es sólo pagar salarios dignos (aunque esto es muy perentorio), sino también revalorizar el saber pedagógico, ofrecer unas condiciones laborales dignas y estables, confiar plenamente en la formación del profesorado y, sobre todo, devolverles el lugar que históricamente les corresponde en el corazón de nuestras comunidades.


No podemos seguir formando generaciones enteras sin reconocer quienes les enseñan a pensar, a leer, a cuestionar, a crear. La docencia no es un trabajo más; es el motor silencioso de toda transformación profunda.


¿Qué sociedad queremos edificar si no somos capaces de respetar a quienes forman a sus miembros?



Referencias



  • Freire, Paulo. Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores, 1970.

  • Mistral, Gabriela. Lecturas para mujeres. Secretaría de Educación Pública de México, 1923.

  • Tuchman, B. (1980). The Book. Biblioteca del Congreso, Washington, DC.

  • UNESCO (1983). Guía para la redacción de artículos científicos destinados a la publicación. París.


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