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El enseñar nunca debe doler

El país observa una realidad que incomoda: enseñar dejó de ser un acto seguro para muchos docentes. Casi la mitad del magisterio ha vivido agresiones en el último año, un dato que deja perplejo a más de uno y una pregunta inevitable sobre el rumbo de la educación costarricense (Colypro, 2025). La violencia no aparece de golpe; crece en silencio, carcome de a poco, se normaliza y termina por romper la confianza en las aulas. Muchos docentes entran cada mañana con una mezcla de vocación y cautela. Esa tensión erosiona la convivencia y golpea el sentido profundo del oficio. Todo esto abre un debate urgente: ¿cómo se sostiene una escuela cuando quienes la cuidan se sienten desprotegidos?


La investigación de Colypro muestra que el 85% del personal docente conoce a un colega agredido, lo cual evidencia una cultura escolar que perdió control y límites claros (Delfino.cr, 2025). Este clima empuja a muchos a callar para evitar represalias, incluso cuando el ataque viene de una familia que exige derechos sin asumir responsabilidades. La relación escuela-hogar, antes basada en confianza y respeto, ahora convive con denuncias infundadas, exageradas, malintencionadas y amenazas legales. Ese desgaste no solo hiere al docente; trastoca el aprendizaje y deja a los estudiantes frente a un escenario de incertidumbre.


El Ministerio de Educación Pública también registra un aumento sostenido en casos de bullying y agresiones, con cerca de 3.000 reportes entre 2022 y mayo de 2025 (NTG Costa Rica, 2025). Cada incidente revela un sistema que perdió capacidad para anticipar el conflicto. No se trata solo de disciplina; se trata de un tejido social que dejó de ver la escuela como un espacio que merece respeto. La cifra de 293 casos en los primeros meses del 2025 muestra que la violencia no disminuye, y eso debería alarmar a todo el país.


Algunos episodios rozan niveles que ponen los pelos de punta: desde el mordisco que desgarró el músculo de una docente en 2024, hasta las amenazas de tiroteo que frenaron la vida universitaria por varios días (La Nación, 2024; CRHoy, 2025). Estos casos no son anécdotas aisladas, sino señales de un deterioro profundo. El magisterio ya no solo enseña; carga tensiones sociales que nadie atiende. Cuando el miedo ocupa el espacio que debería llenar la pedagogía, el país pierde el valor de la educación como bien público.


Este panorama pide algo más que diagnósticos. Pide valentía política y rigidez reglamentaria. Pide asumir que la escuela necesita una figura docente con autoridad real y clara, legitimada por ley y por cultura. El 98% del personal educativo pide una norma que refuerce esa autoridad porque lo que hoy existe no alcanza (Monumental, 2025). No es un clamor caprichoso; es un grito de auxilio. Recuperar esa autoridad no significa autoritarismo, sino reglas que permitan convivir sin miedo. Si el país no protege a quienes enseñan, ¿quién protege a los estudiantes? y si no se le enseña a un niño a obedecer reglas desde pequeño ¿lo hará de adulto?


Para cambiar el rumbo, el país requiere tres acciones inmediatas. Primero, aprobar una ley de autoridad docente que defina límites y consecuencias claras ante agresiones. No se trata de castigo, sino de convivencia. Segundo, crear equipos interdisciplinarios permanentes en los centros educativos y/o circuitos escolares para atender conflictos antes de que escalen, integrando psicología, trabajo social y mediación. Tercero, colaborar con las familias para que entiendan que educar también es corresponsabilidad; la escuela no compensa sola lo que el hogar abandona. Estas acciones abren un camino para bajar la tensión y devolver sanidad emocional al trabajo docente.


Nada de esto funcionará sin un cambio cultural profundo. El país debe reconocer que la dignidad del docente impacta la dignidad de toda la sociedad. Un maestro humillado no puede sostener un aula sana; un profesor temeroso no puede formar ciudadanos libres. La violencia contra el magisterio refleja una pérdida de respeto que atraviesa barrios, redes sociales y hogares. Cambiar esa mirada toma tiempo, pero empieza por reconocer que la labor docente sostiene el desarrollo nacional.


El país tiene una deuda moral con su cuerpo educativo, una grande. La violencia que hoy viven no nació de un día para otro, y tampoco desaparecerá sin decisiones firmes. Costa Rica necesita devolverle al docente la seguridad para enseñar y la autoridad para guiar. No por nostalgia, sino por justicia y necesidad. No por tradición, sino por futuro. La educación no se sostiene con discursos vacíos; se sostiene con respeto, protección y reglas claras que permitan que la palabra del docente vuelva a tener peso. Si queremos escuelas vivas, debemos empezar por cuidar a quienes les dan vida.


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Referencias



Colypro. (2025). I Estudio sobre Condiciones y Desafíos de Docentes 2025.

CRHoy. (2025). Seis amenazas de tiroteo en menos de 15 días ponen en alerta máxima a las universidades públicas.

Delfino.cr. (2025). Docentes costarricenses reportan deterioro crítico.

La Nación. (2024). Me dio un mordisco y me desgarró el músculo.

Monumental. (2025). Casi la mitad de los docentes afirma haber sido víctima de violencia.

NTG Costa Rica. (2025). Bullying y violencia escolar no ceden: MEP reporta casi 3.000 casos en tres años.





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