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Día 3: The Aldamir's Experience



Enseñar inglés en una escuela pública parecía una tarea sencilla ese día en particular. Me sentía imbatible, convencido de que sería un día fácil. El tema del día era “sabores”, y entre las palabras que practicábamos, una de las más populares por su uso cotidiano era “delicious”. Para ilustrar el concepto, preparé un flashcard con una imagen grande y colorida de una hamburguesa jugosa, brillante y apetitosa, de esas que parecen salidas de un comercial. Pensé: “¿Quién no ha probado una hamburguesa a estas alturas? Todos iban a entender el concepto”. Esta es la The Aldamir's Experience.


Con entusiasmo mostré la imagen y repetí varias veces la palabra: “Delicious! This hamburger is delicious!”. Los niños rieron, algunos imitaron sonidos de hambre y otros comentaban entre ellos sus sabores favoritos. Hasta que, de pronto, una voz cortó el bullicio con una frase que jamás he podido olvidar: “Profe… yo no sé qué significa eso… porque nunca he comido una hamburguesa”. Me quedé en silencio. El niño se llamaba Aldamir, tenía apenas diez años y me miraba con la inocencia de quien simplemente estaba siendo honesto y expectante a los que los demás ya habían interiorizado por su vida cotidiana, donde una simple hamburguesa ya había pasado por sus tractos.

Niño triste
Aldamir no podía saber el significado de la palabra porque no tenía el contexto.

En ese instante, mi corazón empezó a latir más rápido. Sentí cómo mi garganta se apretaba, como si algo se me atorara sin estar comiendo. Y mis ojos… mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. No por la hamburguesa en sí, sino por lo que había detrás de esa frase. ¿Cómo era posible que un niño de casi diez años nunca hubiese probado una hamburguesa? Esa comida que para muchos es trivial, casi automática, como un símbolo cultural universal… para él era un misterio.


En cuestión de segundos, se rompió una burbuja en la que, sin darme cuenta, había vivido como docente. Me enfrenté, con vergüenza, al hecho de que había asumido cosas. Asumí que todos los estudiantes compartían referentes similares, que una hamburguesa era algo común, que lo “delicioso” podía entenderse con una imagen cualquiera. Pero la verdad es que a veces tomamos por sentado la realidad de nuestros alumnos. No sabemos lo que hay detrás de esos uniformes, de esas mochilas, de esas risas. Lo que vemos y creemos entender es, muchas veces, apenas la punta de un iceberg gigantesco.


Ese día no terminé la clase como estaba planeado. Cerré el libro, apagué la pantalla, y me senté a escuchar. Les pedí que me contaran cuáles eran los sabores que conocían, lo que más les gustaba comer, y qué comida les hacía pensar en felicidad. Y aprendí tanto más que en cualquier otra lección. Aprendí que la comida, como el aprendizaje, es profundamente contextual. Aprendí que enseñar un idioma no es solo traducir palabras, sino traducir mundos.


Aldamir me enseñó algo que ningún manual de pedagogía incluye. Me enseñó que la empatía en el aula no es solo tratar con amabilidad, sino estar dispuesto a desmontar nuestros propios esquemas. Que la pobreza, la exclusión y las carencias materiales tienen un rostro, un nombre y una voz. Y que nuestro trabajo como docentes también implica aprender a ver lo invisible.


Desde aquel día, miro con otros ojos cada imagen, cada ejemplo, cada recurso que uso. Me pregunto siempre: ¿será esto accesible para todos? ¿Refleja la diversidad de experiencias de mis estudiantes? ¿A quién dejo fuera sin darme cuenta? Porque detrás de cada palabra, de cada ejercicio, hay una historia de vida. Y si no aprendemos a mirar más allá del contenido, nos perderemos lo más valioso que el aula tiene para ofrecer: la humanidad de quienes la habitan.


Post Data: Aldamir al siguiente día sí sabía el significado de la palabra "delicious" gracias a una hamburguesa.



Niño feliz






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